¿A punto de ser infiel? Qué hacer cuando la tentación es fuerte
13 de Mayo de 2014
Nota: clarin.com
La necesidad o las ganas de engañar a nuestra pareja no surgen de un momento para otro. El que está a un paso de cometer una infidelidad siempre encuentra razones y excusas para hacerlo.
El riesgo: que la culpa lo atormente. Si estás viviendo la situación, no te pierdas esta nota.
En la cabeza del futuro infiel se dirime el clásico conflicto humano: la tentación y la culpa. A veces gana una, a veces la otra, o se aprende a convivir en un equilibrio inestable que trae algo de alivio.
Nota: clarin.com
La necesidad o las ganas de engañar a nuestra pareja no surgen de un momento para otro. El que está a un paso de cometer una infidelidad siempre encuentra razones y excusas para hacerlo.
El riesgo: que la culpa lo atormente. Si estás viviendo la situación, no te pierdas esta nota.
En la cabeza del futuro infiel se dirime el clásico conflicto humano: la tentación y la culpa. A veces gana una, a veces la otra, o se aprende a convivir en un equilibrio inestable que trae algo de alivio.
Para
el que ya es ducho en estas cuestiones, sortear las razones morales es
un ejercicio que sale “de taquito”. Quizás le resulte más difícil
encontrar excusas que justifiquen sus llegadas tarde, las ausencias o la
reunión inesperada. Y, como todo en la vida, la experiencia cuenta:
cada nuevo encuentro o relación “tramposa” sumará manchas al tigre.
Sin
embargo, para aquel que se prepara para ser infiel, el “derecho de
piso” es inevitable: estará sometido a la duda, al miedo, a un estado de
alerta constante y, por supuesto, a la inevitable culpa.
Ahora
bien, no es lo mismo “picar” y huir que quedarse en una doble vida. En
el primer caso es una conducta que emerge con la convicción del “toco y
me voy”. Es posible que en estos casos predomine la seguridad de no
reincidir o que la elección del amante no de para más de un encuentro.
En cambio, el que se queda construirá un rol más o menos complejo, en el
cual la fábula, los subterfugios, la “cara de poker” o de “perrito
sufriente” serán recursos dramáticos para actuaciones memorables.
Las clásicas excusas
Decir
“voy a buscarme un amante” o “estoy a punto de ser infiel” no surge de
un momento para otro. Las fantasías y los devaneos mentales piden un
poco de raciocinio, solo que este, muchas veces, justifica las acciones
fantaseadas.
El que está a punto de ser infiel encuentra siempre razones
para serlo: “no me llevo bien con mi pareja”, “tenemos poco sexo”,
“estoy cansado de tanta rutina”, “los hombres somos más sexuales”, “si
mis amigas lo hacen hacen…
¿Por qué no yo?”, “mi marido es demasiado
aburrido”, “seguramente él hace lo mismo” o “la vida es corta, tengo que
aprovecharla”. Motivos sobran a la hora de dar el empujón.
Más
allá de los argumentos que se esgrimen, los factores que llevan a una
persona a violar el acuerdo de fidelidad son numerosos y no asientan
solo en desajustes de la pareja. Si bien la ciencia ha tratado de dar
alguna respuesta a esta conducta, las conclusiones no son concluyentes
porque no hablamos de una patología, sino de un comportamiento humano.
Ni los andrógenos (testosterona) ni la falta de sexo en la pareja llegan
a ser factores únicos y determinantes de la infidelidad. En cambio, la
búsqueda de experiencias nuevas ligadas al placer aparece como un
estimulo irrefrenable.
¡Querida, ese mail no es mío!
Si
décadas atrás el juego de seducción requería del cuerpo a cuerpo, hoy
las redes sociales reemplazan al acercamiento y lo hacen mucho más
osado. No obstante, las posibilidades de ser descubierto por algún
mensaje, chateo, historial o mail son mayores que cuando la virtualidad
era un cuento de ciencia ficción.
Día
a día escuchamos como la computadora o el teléfono se convierten en
objetos de deschave. Quedarnos con la explicación pseudopsicológica
“quería que lo descubrieran” no es suficiente. Además de la torpeza
(mails abiertos, contraseñas fáciles de adivinar, historiales expuestos o
secuencias de mensajes de texto), existe una condición narcisista que
cierra al infiel en su necesidad, como si estuviera él o ella solo con
su impulso. Se trata de una defensa para bajar la culpa, que explicaría
por qué, luego de ser descubierto, sigue insistiendo en su inocencia o
acusa a su pareja de violar su intimidad.
En
fin, somos humanos. Sin esfuerzo asumimos los logros, pero los errores,
las faltas y las transgresiones a los acuerdos estarán ocultos o
parcialmente revelados.
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