Típicos personajes de una lava autos con fichas
21 de Octubre de 2013
Diario mdzol.com
El Dr. Bomur con cuenta y detalles a esos fanáticos de la pulcritud automotriz.
Diario mdzol.com
El Dr. Bomur con cuenta y detalles a esos fanáticos de la pulcritud automotriz.
¿Cuántas
veces has ido a esos lavaderos con fichitas? Como el que está en Bandera
de los Andes y Urquiza de Villa Nueva o el de la YPF de la costanera,
en San José. Esos que compras algunos fichines y le metes al lavado
personalizado pero mucho mejor que hacerlo en tu casa. Convengamos que
la manguerita de tu casa que tiene la misma presión que la escupida de
un viejo, tus cepillos se parecen al Loco Lope y el detergente de tu
vieja no hace espuma. Así que ahí estas, junto a varios personajes
lavando tu auto. Miras alrededor y te podes encontrar con…
El obsesivo enfermizo:
el muchacho se compra no menos de siete u ocho fichas, si es que no las
tiene en la guantera del auto. Aun sabiendo que no sirven para una
mierda, le mete una ficha a cada función y lava su auto con: agua
desmineralizada para el polvo, agua re grosa para desbarre, cepillo
desinfectante, cepillo poderosísimo, agua tibia para enjuague,
abrillantador de superficies, polvo mágico con olores afrodisíacos y
aire milagroso que seca el auto. Luego de pasarse una hora y hasta
llegar a poner dos fichitas por función, el obsesivo enfermizo saca un
arsenal de trapos, esponjas, gamuzas y hasta cotonetes para limpiar las
superficies de su auto. Entra al lavadero como si fuese 0km y sale como
recién salido de fábrica, nadie entiende porque lo lava, pero ahí esta
el loco ocho horas de corrido con su fierro.
El Dee Jay:
por lo general este personaje viene con la cumbia al palo, pero también
están los que ponen rock nacional o electrónica. Lo escuchas venir a
cuatro cuadras a la redonda, con los graves haciendo estallar las
puertas y el baúl de su auto. El loco llega y esta convencido que su
gusto es “el gusto” por la música y cree que todos en el lavadero están
felices por compartir sus amados acordes. Canta, baila, tararea y ni te
cuento cuando abre las puertas del bólido. Te estallan los tímpanos
seguro. No hay aspiradora que calle los infernales sonidos que emiten
sus parlantes tamaño baño.
El miseria:
el tipo llega con moneditas de cinco centavos a comprarse una ficha e
intenta siempre ir con un amigo que le haga el aguante de moverle la
perilla de las funciones. Con una rapidez digna de Flash, el miseria
logra mojar el auto, cepillarlo y enjuagarlo en menos de los tres
minutos que dura la ficha. El miseria tiene todo calculado, porque lleva
un reloj con cronómetro que le avisa cada un minuto. Termina más
chivado que un maratonista, pero logra su cometido y lava su auto con
los tres pesitos que sale la ficha.
Los quemados:
este grupo está formado por dos o tres amigos. Generalmente aparecen
los viernes, sábados o domingos a primerísima hora. El motivo es que por
la madrugada, los quemados salieron de joda y enchastraron todo el auto
con excesos nocturnos: vomitadas, fernet volcado, cerveza estallada,
disparo lácteo mal dirigido, forro pinchado, desvirgue o todo junto. El
tema es que el auto no puede llegar en esas condiciones a casa, así que
ahí están los muchachos, el dueño más o menos rescatable y los amigos
rotos. Todos con los ojos rojos, las voces roncas y socarronas, los
pelos enmarañados y la ropa a la miseria. Tirándose chistes con doble
sentido y mojándose entre ellos para sacarse la resaca.
El narco:
típica vida de narco, arrancó siendo pobre y fumando boludeces, para
darse cuenta que el secreto no estaba en consumirla, sino en vendérsela a
los giles. Por ese simple hecho el narco en tan solo tres años pasó de
vivir entre nylon y chapa en Villa Santa Miseria a un castillo de mármol
en el barrio privado Los Solares de Aconcagua. Vendió la “pumita 50cc” y
anda en una Ferrari Enzo último modelo, que tira un carro con dos mega
Banshee’s tipo tanques, una Sea Doo GTI 130 que parece un yate y un
Shagya de carrera procedente de Bábolna. El narco llega y despliega todo
su arsenal de exuberancia y parafernalia frente a todos. Va acompañado
de gatos soberbios, merqueros y partuzeros. El narco tiene una especie
de esclavo que hace todo el trabajo por él, mientras se saca fotos con
los gatos desde su Iphone V y las sube a Facebook. Lleno de cadenas,
joyas y pieles, el narco no deja de ser un ordinario con guita.
El estúpido y sensual:
anda en un auto bonito… no tan bonito como él. El muy culiado se baja
sin remera, con pantaloncitos cortos de gimnasia y en chancletas. Está
más trabado que el Nürburgring y es el semental perfecto que tu mamá
quiere para tus hermanas y que tu novia quiere para sus hijos. Es
imposible dejar de mirarlo, seas del sexo que seas. Te sentir re maricón
y con una envidia insana y mala leche. En estos momentos, como ante la
muerte de un familiar, dejas de creer en un Dios justo y comunista. El
estúpido y sensual termina todo mojado, haciendo más notorias sus partes
y generando más babas en las féminas del lavadero. Hace todo bien y se
va contento y feliz a sacarle punta al lápiz en una sola jornada lo que
tu fibrita no escribió en años de vida.
Las culisueltas:
de verlas de noche apostarías a que son trolas pagas, pero como estas
en un lavadero estás seguro que no lo hacen por guita… pero son trolas
igual. Las culisueltas aparecen de a dos, con shorcitos que de pedo le
cubren la cola y le marcan un generoso bulto en sus partes íntimas y con
unos trapos onda puperita que dejan ver una sensual pancita llena de
piercings y tatuajes verdosos hechos con tinta casera. Las culisueltas
tienen las cejas depiladas y pareciese que se pintan con témpera, tanto
sus caras como sus cabellos. Mientras lavan su auto (generalmente moto)
no dejas de pensar cochinadas mientras las ves llenarse de espuma y
agua. Eso si, las escuchas hablar y un barrabrava del Boli modula más y
tiene más educación. Hacen la jodita se secarlo con la cola y bajan
perreando a limpiar los paragolpes, para festín de los pajeros.
Los promiscuos:
esta parejita de perejiles debe llevar como mucho dos meses de novios.
Ella lo mira con ojos brillantes y él le sonríe como embobado. Hacen
todo de a dos, circundan juntos el perímetro del auto, mientras ríen, se
mojan y se hacen chistes empalagosos y ridículos. Lo más detestable es
cuando en medio de la lavada se comienzan a chapar eróticamente, con el
entusiasmo de los primeros días en donde aún ella no le entrega a él.
Entonces el vago está que arde, se le refriega como un pajarito y la
mira con zozobra. Esto termina mal… con el auto a medio lavar y los dos a
los revolcones en la mismísima playa de secado.
El brilloso:
de solo verlo llegar ya te lo podes imaginar: escuchando Leo Mattioli,
Cacho Castaña o cualquier grupo cuartetero cordobés de los ochenta, con
cubata al viento y camisa desprendida hasta el pecho. Lentes de sol en
la cabeza, jeans, masticando chicle, con algunos dientes menos y una
gran cadena o rosario colgando de su cuello. Lava el auto con
normalidad, pero el 50% de su tiempo (y dinero) lo gasta en ponerle
silicona al mismo. Ensilicona paragolpes, cubiertas, espejos, manijas,
tablero, butacas, palancas, alfombras, techo, fuelles, volante, relojes,
freno de mano y toda superficie que no absorba la silicona olor a telo
con la que embadurna todo. El auto termina pareciendo un robot viejo y
glamoroso, reproduce reflejos del sol y encandila a todos cuando se va.
El mediocre:
el tipo llega apurado y se va apurado. Moja el auto a medias, le pasa
con cero ganas el cepillo, lo enjuaga tan pajeramente que se le acaba el
tiempo a la mitad del proceso y decide terminar el mismo usando una
rejilla, porque encima es rata. El mediocre seca el auto con una rejilla
hecha percha, que más que secar lo único que hace es rayar la pintura y
esparcir los restos de detergente, quedando el mismo como un café con
leche mal revuelto. El mediocre se cansa, se chiva, descansa un rato
mientras se toma una coca, retoma su labor y se harta antes de
terminarla, dejando su vehículo peor de lo que ingresó. Con un simple
reflejo, resaltan sus mal pasado trapazos para secarlo.
El pistero:
¡no puede faltar el tunning! La diferencia con es obsesivo es que su
auto está tuneado, viene con el escape haciendo ruido a morir, molesta a
todos, tira coleaditas antes de entras a los boxes y sale escarbando
hacia la zona de lavado. Lo deja regulando mientras lo seca y lo acelera
en cada movimiento mientras escapa del sol. La diferencia con el narco
es que la guita se la ha ganado dignamente o pidiéndosela a los padres,
pero la parafernalia es similar. Tiene todo tuneado, hasta las rejillas y
las esponjas, que no son como las de todos, sino que son de colores
extravagantes, de telas importadas, absorción japonesa, suavidad
científicamente comprobada y con una resistencia al viento que le
produce mayor velocidad y confor de manejo.
Dedicado al amigo Matías Chacho Sosa, artífice de esta nota.
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