Cuyanos en la guerra

Argentina, 12 de Agosto de 2013
Diario UNO Mendoza


La contienda con el Paraguay tuvo el protagonismo de fuerzas que conformaron el Batallón Mendoza, al que luego se sumaron puntanos. El célebre y curioso mayor Teófilo Ivanowsky los condujo en batallas trágicas.


Al estallar la guerra con el Paraguay, en la que se enfrentaron durante cinco años cuatro pueblos hermanos, el Ejército Nacional estaba compuesto por un puñado de batallones y regimientos diseminados en la frontera interior para contener los malones indios. Tal circunstancia obligó al presidente Bartolomé Mitre a movilizar la Guardia Nacional, ciudadanos en armas que debían dejarlo todo para marchar al combate.

Si bien en las provincias de Buenos Aires y Santa Fe las unidades milicianas fueron convocadas con rapidez, en Cuyo y en otros puntos del territorio costó cumplir con lo dispuesto por el Gobierno. El hermano del primer mandatario, el general Emilio Mitre, incitaba permanentemente, desde su comando en Río Cuarto, a los gobernadores y jefes de su jurisdicción para que despacharan cuanto antes a los “ciudadanos en armas”. Éstos procuraban eludir el servicio para no alejarse de sus hogares y luchar en un país que sentían remoto y desconocido. Finalmente se consiguieron constituir las unidades, pero no en el número establecido.

San Juan, gobernada por Camilo Rojo, contaba con un jefe acreditado para organizar el cuerpo de infantería que le estaba asignado. Rómulo Giuffra, italiano, oficial de línea durante la aún reciente guerra contra el Chacho Peñaloza, había comandado a los célebres Rifleros, cuyos oficiales y soldados constituyeron la base de la nueva unidad. De ahí que para fines de mayo estuviese prácticamente en condiciones de marchar a campaña y que pudiera hacerlo en los primeros días de junio. Sin embargo, el mandatario provincial adoptó recaudos en previsión de deserciones y los envió en carros con destino a Rosario. El 28 de junio, los sufridos reclutas, llenos de polvo y seguramente mal alimentados, pasaron por Río Cuarto, donde los recibió don Emilio, que era una mezcla de fuego y centella, y no se asemejaba a su hermano el jefe del Estado, casi siempre ponderado y sereno. Eran 250 guardias nacionales, 40 voluntarios chilenos y 39 soldados de línea, a cuenta de mayor cantidad para el contingente que debía proveer la provincia.

Paralelamente marchaban hacia el puerto del Paraná los efectivos del Batallón Mendoza, en algunos tramos en carros contratados por el Gobierno provincial y la mayor parte del camino a pie, como recuerda en un informe de su legajo militar quien fue uno de sus oficiales, Carlos Eduardo Villanueva.

En la formación del cuerpo había tenido parte importante el general Pascual Segura, inspector de la quinta circunscripción territorial y gobernador interino, quien mandó luego otros 100 soldados con el fin de acercarse al número reclamado por el Gobierno nacional. Los mendocinos iban a las órdenes del mayor Julián Aguirre, quien fue remplazado por el mayor Manuel Morillo. Eran un total de 15 oficiales y 227 soldados. Los primeros, en su mayor parte, se habían presentado al Gobierno en calidad de voluntarios, como el citado Villanueva, oficial primero del Ministerio de Gobierno, quien, como el capitán Demetrio Mayorga, tenía experiencia en combate por haber participado, a pesar de su juventud, en la persecución del montonero Francisco Claveros, que en 1863 había invadido Mendoza desde Chile.

Ambos batallones acamparon a una legua de Rosario el 23 de julio, y fueron alojados en el Cuartel Nacional y en las barracas de Fragueyro y Hutton. Una vez más los recibió don Emilio Mitre, quien ya estaba en dicha ciudaddecidido a apurar el traslado de tropas a Concordia. En carta al ministro de Guerra y Marina, general Juan Andrés Gelly y Obes, reclamó pólvora para foguear a los reclutas de la Guardia Nacional y de línea, de modo que llegaran al campamento “sabiendo echar el arma al hombro”. Antes de marchar, el San Juan recibió nuevas altas.

Y el vicepresidente Marcos Paz, a cargo del Poder Ejecutivo por haber marchado Mitre al campamento de Concordia como generalísimo de la Triple Alianza, se hizo eco del “porte y disciplina” de los guardias nacionales y soldados de línea de este último batallón en carta al gobernador Rojo, quien, pese a las dificultades, trataba de formar la unidad de reserva que correspondía a su provincia.

Humildes y disciplinados, adquirieron pronto prestigio en el campamento de Concordia. Dominguito Sarmiento, capitán del 12 de línea, le escribía a su madre: “A cada rato visito o me visitan los sanjuaninos; tienen un magnífico batallón y brillante oficialidad”.

En San Luis, la remonta del batallón de guardias nacionales fue dificultosa. A pesar de que el gobernador Justo Daract manifestó su decisión de cooperar con las autoridades nacionales y no obstante que la Legislatura condenó el acto “injustificado y reprobado por todas las naciones del orbe” de la invasión paraguaya, debió echar mano a la fuerza para reunir a los soldados de la pequeña ciudad capital. A fines de junio se produjo una intentona de motín: “Cabot tuvo indicios, aprehendió a los sindicados, mandó levantar una sumaria, y Daract, después de bien comprobados los hechos, mandó fusilar a los culpables, siendo tres; muchos fueron los empeños que hubieron para salvarlos; hasta la Sociedad de Beneficencia intercedió, pero fue en vano. El magistrado se mantuvo inflexible, comprendiendo que hay momentos solemnes en que los más duros sacrificios son necesarios”. Así le relató tan trágico suceso don Emilio Mitre al ministro de Guerra y Marina.

El 12 de julio, el gobernador Daract le escribió al vicepresidente de la república para anunciarle la pronta marcha del Pringles hacia el Litoral. Y el 26 le comunicó que, dos días antes, el batallón había partido “contento y lleno de fe en el triunfo”, a marchas forzadas, por lo que pronto estaría en Rosario. Poco después informaba sobre la convocatoria de un batallón de reserva, que hacia fines de agosto estuvo listo “para ocurrir prontamente donde un caso inesperado lo requiera” y para contribuir al orden en las provincias. Antes de concluir ese mes, el Pringles llegaba a aquel puerto a las órdenes de su jefe interino, mayor Juan A. Ortiz Estrada. En setiembre asumió el mando el teniente coronel José María Cabot, quien condujo al cuerpo a Concordia. Era un veterano de las guerras civiles que había partido desde la comandancia de Río Cuarto a San Luis por orden de Emilio Mitre para activar la remonta de las fuerzas de esa provincia.


Hacia el frente de batalla
Los guardias nacionales cuyanos completaron su instrucción militar en Concordia y marcharon con el resto del Ejército a Corrientes, donde se incorporaron a las tropas que se encontraban allí acampadas luego de participar, junto con los aliados brasileños y uruguayos, en las acciones para reconquistar las zonas tomadas por las tropas paraguayas, que serían obligadas a replegarse hacia su propio territorio.

El 31 de enero de 1866, el Batallón Mendoza, que formaba brigada con el Pringles, actuó como reserva de las divisiones de guardias nacionales de Buenos Aires en la acción de Pehuajó, donde el arrojo temerario de su jefe, el coronel Emilio Conesa, las puso en serio riesgo. Pronto, Mitre ordenó la fusión de esos dos cuerpos en una unidad que pasó a ser denominada Mendoza-San Luis, con un nuevo jefe, el mayor Teófilo Ivanowsky, célebre por su valor, que aún se dirigía a sus hombres mitad en castellano, mitad en alemán. Existen versiones contradictorias sobre el modo en que se incorporó al Ejército. Para algunos, se llamó Karl Reichert, natural de Poznán, reino de Prusia, hoy Polonia, y adoptó el apellido de su madre al desertar del Ejército alemán con el fin de unirse a los patriotas de aquella tierra. Según el general Ignacio H. Fotheringham, que lo conoció personalmente, era prusiano y había tomado el nombre de un “enganchado” que no se presentó al 3 de línea, acantonado en Azul, para poder incorporarse a la milicia. A partir de 1866 firmaría Teófilo Reich e Ivanowksy. Como fuese, pronto se hizo respetar por sus nuevos subordinados.

Al cruzar a territorio paraguayo, el todavía Mendoza desembarcó por error en la oscuridad de la noche entre los aliados y los adversarios, y recibió un mortífero fuego cruzado. Pero Ivanowsky logró sacarlo en forma ordenada y ubicarlo en el lugar que le correspondía.

Luego de combatir en Estero Bellaco (2 de mayo de 1866) y en Tuyutí, la batalla más grande librada en América del Sur (24 de mayo), mendocinos, puntanos y sanjuaninos participaron en el asalto a las posiciones paraguayas de Sauce o Boquerón, el 16, el 17 y el 18 de julio de 1866. Fue una verdadera carnicería, con grandes pérdidas para los aliados.

Los actos de coraje se multiplicaron por ambas partes. El peso del ataque lo llevó el Segundo Cuerpo de Ejército, al mando del general Emilio Mitre. Las fuerzas uruguayas iban a las órdenes del coronel León de Pallejas, que no tardó en caer abatido por las balas paraguayas.

Cuando atacó la división del coronel Cesáreo Domínguez, quien alzaba su espada marcando el camino y agitaba al viento su impresionante cabellera, se produjeron diversos episodios demostrativos del valor de aquellos milicianos que un día habían sido arreados para la guerra pero ahora desplegaban el temple que les sobraba en torno a la azul-celeste y blanca enseña de la patria común.


“Han muerto por la Patria”
Ivanowsky, con la mano hecha pedazos, incitaba a los soldados del Mendoza-San Luis a entrar en la trinchera; Rómulo Giuffra, el bersagliere que comandaba a los bizarros soldados sanjuaninos, caía con tres heridas profundas; el cordobés mayor Palacios debía ser sustituido por un oficial subalterno al quedar fuera de combate. Una bala de cañón le llevó las dos piernas al teniente Washington Lemos, del Mendoza-San Luis, quien en un último esfuerzo desenfundó su revólver, se lo dio al ya capitán Villanueva y le pidió que lo despenara. “Muero contento porque asisto a nuestro triunfo y he cumplido con mi deber”, dijo, y dejó de existir. El portaestandarte del batallón rodó en aquel momento alcanzado por otro proyectil y el sargento Pedro Coria, arrancándole la enseña, saltó sobre el foso al grito de “¡Viva la Patria!”. El sargento Linares, del mismo batallón, gritaba: “¡No miren a los que caen: hemos venido a pelear y a vencer!”. A su lado, el soldado Raimundo Carreras trataba desesperadamente de cavar escalones con su bayoneta para trepar al parapeto.

Finalmente, los argentinos lograron tomar momentáneamente la posición. Al hacerlo cayó gravemente herido el capitán sanjuanino Leandro Sánchez. Su colega cordobés Pedro Sosa logró subir, pero murió en el acto. Fue entonces cuando cayó el abanderado del 2 de Entre Ríos. El sargento Máximo Eguren, del mismo cuerpo, tomó la bandera y le gritó a sus muchachos: “¡Síganme, si son hombres!”, a lo que contestó uno de ellos: “¡Lo hemos de seguir, sargentito! ¿Acaso usted nomás es argentino?”.

De nada valieron esos y otros sacrificios. Se impuso la retirada.
Dice Fotheringham que a don Emilio Mitre, que observaba “ardiendo de rabia” el retroceso, “le importaba un comino que le quemasen todas sus divisiones; lo que quería era conducirlas a la victoria, el quepis a la nuca, la espada señalando el toque de ataque, y averiguar después sobre muertos y heridos”: “Y allí lo vi, en el Boquerón, la melena al viento, hermosa la cara, rosada con el reflejo de las llamaradas del cañón y la fusilería, mandando, gesticulando: era una gallarda figura marcial (...) Pero reproches hacía, o tal vez pensaba hacer, a un digno jefe de batallón que se retiraba y que sólo llevaba de ochenta a cien hombres. “¿Dónde está el resto de su fuerza, mayor?”, suponiéndola dispersa o en desorden. Y el (segundo) jefe del batallón Mendoza, Demetrio Mayorga (a cargo de la unidad por la grave herida de Ivanowsky) le contesta: ‘Han muerto por la Patria’. El general Mitre le hizo un saludo militar y desapareció emocionado”.

El teniente coronel Cabot, ahora jefe de brigada, y el teniente coronel Giuffra murieron días más tarde en el hospital de sangre de Corrientes. Ivanowsky, luego de crueles dolores, logró recuperarse. Hubo además muchas bajas entre los oficiales y la tropa.

Desde aquella fecha hasta el asalto a las inexpugnables trincheras de Curupaytí (22 de setiembre de 1866), donde los aliados sufrieron un grave rechazo, los cuyanos padecieron en su campamento el constante bombardeo de las piezas paraguayas de grueso calibre. En esa acción, el Segundo Cuerpo ocupó puestos de reserva, mientras los componentes del Primer Cuerpo eran eliminados desde lo alto de las fortificaciones que no podían tomar pese a sus esfuerzos.

El 11 de noviembre de 1866 se sublevaron en Mendoza los efectivos reclutados para reforzar las unidades diezmadas en Curupaytí y el movimiento se extendió hasta alcanzar graves proporciones. Los colorados, como fueron denominados los revolucionarios al mando del coronel Carlos Juan Rodríguez por su pertenencia al partido federal, ampliaron su radio de acción e hicieron que el presidente y generalísimo Mitre dispusiera la marcha de varios batallones de infantería y regimientos de caballería sobre Cuyo. Entre ellos estaban el Mendoza-San Luis y el San Juan, que cruzaron armas entre hermanos. El primero de esos cuerpos, tuvo un papel predominante en la batalla de San Ignacio, asegurando la victoria al lado de las tropas de línea.

Ya no volverían al Paraguay, pero buena parte de sus componentes serían nuevamente movilizados para la guerra de fortines o con el fin de participar en posteriores episodios fratricidas.



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