Impresoras 3D: Las dos caras de una revolución (VIDEOS)

Argentina, 26 de Octubre de 2015
Nota: conexionbrando.com

Ya está al alcance de todos y sus usos son imprevisibles. ¿Manos ortopédicas o armas que disparan? El debate ético que viene con la nueva tecnología.


El tópico del "adelanto" científico lleva décadas entre nosotros. Con cada invención o descubrimiento llamados a sacudir el mundo, el cliché se actualiza al ritmo ricotero: el futuro llegó... hace rato. El lugar común obtura los matices, pero algunas irrupciones son tan espectaculares y disruptivas que resultan imposibles de interiorizar en nuestro espacio-tiempo. La onda expansiva de la impresión 3D sigue esa lógica. Entrás al sitio indicado, bajás el archivo, lo corporizás en casa.

Listo: la web reemplazó los transatlánticos. Es un escenario futurista pero verosímil. Y cuando "el archivo" es la mano que te falta -o la pistola que puede matarte-, el mundo te está diciendo algo nuevo.

Primero hay que saber 2D 

Rodrigo Pérez Weiss se forjó en una escena bidimensional pero colorida: un padre que dibujaba como los dioses, una madre maestra de inglés, una infancia sin privaciones. El secundario en la Gutenberg de Caballito -tecnicatura en industrias y artes gráficas- lo hizo entrar en contacto con las máquinas de impresión, terminaciones y encuadernado. No sabía exactamente qué le gustaba de ese universo plano, pero intuía sus potencialidades.

A los 18 entró a Martín Cava, un distribuidor de insumos de impresión. Enseguida empezó a viajar por Estados Unidos, Brasil y Europa para traer papel, tinta y máquinas offset, y venderlas a clientes locales. Estaba en una de las dos empresas más grandes del rubro y a los 24 ya era gerente, pero la dinámica familiar ponía el techo muy abajo. Se cansó de discutir con el jefe del clan, se llevó la agenda y se largó por las suyas.

Tenía 27 cuando abrió su empresa Lef Tech, focalizada en packaging y flexografía. Siguió buscando negocios en Europa, Estados Unidos, China, Japón y Corea para volver con las representaciones regionales y distribuir los productos en Latinoamérica. Terminó vendiendo planchas de fotopolímero y tintas de secado ultravioleta a pesos pesados como Artes Gráficas Rioplatenses o Tetra Pak. O sea, era el proveedor de los que imprimían fascículos a Clarín o etiquetas a Coca-Cola.

"Ganaba mucho y era muy reconocido en el mercado, pero no había desafíos ni aplicación de la creatividad", resume Rodrigo. Ya no le causaban gracia las cenas de negocios en Puerto Madero, la mordida de talones a un cliente o las giras sin pausa por China, perdiéndose capítulos enteros de la infancia de sus hijos León (5) y Noel (2). "Y tenía muchas contradicciones por los aspectos ecológicos" de una industria aletargada y sin innovación. Muchas cajas, muchas bolsas y bolsitas, porque "para la industria, cuanto más, mejor". Tampoco hacía lo que le gustaba: hablar de productos y procesos, pensar cómo mejorarlos. Fue su pequeña crisis de los 30.

 De la pantalla al mundo

Ahora tiene 33 y pasa sus horas en el café 3D Lab, un ambiente kidult con figuras de superhéroes, mesa de afiliación al Partido de la Red y objetos creados de la nada en las impresoras que funcionan a un costado: los servilleteros, el hombrecito en la puerta del baño, las cabezas de Darth Vader en un collage warholiano.

Rodrigo abrió este local palermitano (con sucursales en México y Paraguay) hace un año, después de una revelación en 2011. Durante una exposición de su rubro en Alemania conoció a LeapFrog, fabricante holandesa de impresoras 3D. "Fue como una película de ciencia ficción, me costó entenderlo", reconoce. Les dijo quién era, les preguntó cómo hacían lo que hacían y, sin pensarlo demasiado, compró su licencia regional. Puso e$3.800 y volvió a Buenos Aires con una máquina. En el mercado local, apenas empezaba la empresa Kikai Labs.

Después de descartar el proyecto de una suerte de Apple Store para impresoras 3D, pensó en un modelo más sustentable. Consiguió nueve máquinas más, un puñado de patrocinadores y abrió el café. Además de tomar algo o armar eventos, su público compra o alquila impresoras para trabajos prácticos, reemplazos de engranajes o prototipos odontológicos. Pagan $100 la hora por un método más práctico que el modelado con segelin, ese cable caliente para cortar telgopor, y más barato que un estudio de diseño industrial, que puede cobrar $4.000 por el prototipo más sencillo.
 
Hace tres décadas, cuando se inventó la impresora 3D, había solo dos jugadores: Stratasys y 3D Systems. Un oligopolio cerrado, sin mayores objetivos que vender máquinas de US$50.000 para la industria. Pero en 2007 se liberaron las patentes y aparecieron actores más inquietos: hobbistas, técnicos e ingenieros que empezaron a trabajar en máquinas de madera con lo que hubiera a mano, softwares abiertos y desarrollos colaborativos. Aunque los grandes siguen siendo grandes, la revolución está en marcha.

Una impresora 3D para el gran público, como la que ahora mismo susurra en esta esquina, funciona a partir de diseños en programas de modelado como Rhinoceros, Google SketchUp o 3D Max. El archivo se carga a la impresora vía USB o pen drive y, al pinchar "print", se abren un par de opciones: porcentaje de relleno de material (para piezas huecas o macizas), espesor de las paredes y cantidad de capas (equivalente a "definición" en 2D): tres, cinco o diez por milímetro. Cuantas más haya, mejor terminado estará el objeto.

Uno de los materiales más comunes es el PLA, un ácido poliláctico derivado del maíz y biodegradable. Enrollado en una bovina, el plástico baja hacia un cabezal que lo derrite. De acuerdo con el diseño y las especificaciones previas, el cabezal se mueve en un solo plano, pero en cualquier dirección. Termina una capa, sube, empieza la siguiente y así. Es lo que se llama rapid prototyping o "manufactura aditiva": el objeto emerge partiendo de la nada misma. Hay máquinas que usan láser (para unir las partículas de un mineral ferroso) y hasta oro, para crear joyas. Las proyecciones indican que en breve va a aparecer un material nuevo por mes. En la Argentina, hay varias pymes que están fabricando equipos, así que ya se pueden conseguir en una cadena de librerías a $24.000. 


De zurda

Tres Algarrobos es un pueblito agropecuario en el vértice superior izquierdo de la provincia, a quinientos kilómetros de Buenos Aires. Entre sus 3.201 habitantes, alguna vez estuvieron el entertainer Santiago del Moro y el zaguero de la Selección Federico Fernández. Hoy están los Miranda: Ivana, Germán y sus cuatro hijos. Felipe tiene 11 años y, por culpa de la focomelia, una enfermedad genética, nació sin la mano izquierda. La estimulación temprana en sus primeros tres años lo ayudó a jugar al fútbol, pescar, andar en bici y en kayak. Pero cada tanto pedía su mano izquierda: una biónica costaba US$40.000; una estética -no funcional-, US$9.000. Inalcanzable para una familia con trabajos de fumigador y ama de casa.

A fines del año pasado, Ivana recibió un mensaje en Facebook de un tío uruguayo: un link a la historia de un estadounidense que le había impreso una mano a su hijo. Googleó y contactó al café para comprar una impresora. Acostumbrado a hacer adaptaciones para su hijo, Germán quería aprender a manejarla. Pero Rodrigo les ofreció hacerla gratis. Ese 12 de enero de 2014, en Palermo empezaban a bajarse archivos de falanges y articulaciones.

En una Mac pantalla king size, Rodrigo muestra una página para bajar e imprimir cientos de objetos bajo licencia pública: desde una paleta de ping-pong hasta una cabeza de dinosaurio remixada con cresta. Cuando tipea "hand", aparecen prótesis para armar: algunas más humanas, otras más robóticas. Pensando en Felipe, Rodrigo partió de dos modelos exitosos: la RoboHand y la Cyborg Beast. Eran más simples de lo que tenía en mente y no se ajustaban a todos los requisitos de Felipe, así que empezó a bajar archivos de otras manos, pensar cómo mejorarlos, consultar con especialistas. Sobre la base de un primer prototipo, un amigo protesista le indicó rotar dedos, modificar medidas y dimensiones. Al cerrarla, debían tocarse los dedos pulgar e índice en un movimiento de pinza.

Para que en Palermo tuvieran todas las medidas, Ivana les había mandado una foto del brazo izquierdo de Felipe, las medidas desde el codo hasta la punta del muñón, más un dibujo de la mano derecha sobre papel cuadriculado. Rodrigo y Gino Tubaro -su socio en el emprendimiento paralelo Darwin Research- imprimían y probaban. El tercer prototipo fue el definitivo: una mano de PLA y ABS (acrilonitrilo butadieno estireno, el mismo que se usa para los Lego y los paragolpes), con tornillos de nailon y polietileno. Diez piezas hechas en una T-125 de Kikai Labs, que tardaron veinte horas en imprimirse. Otras cinco se fueron en los detalles finales: agujerear, atornillar, coser y lijar.

La mano nueva de Felipe es blanca y liviana. Cuando se cierra hace un ruido seco y rugoso. Está personalizada: antes de embalarla, Gino -un inventor y estudiante de ingeniería electrónica de 18 años- se fue hasta la Feria del Libro para que Liniers le dibujara un duende. Felipe estaba desesperado por recibirla. El paquete llegó el 30 de abril. Con una sonrisa que no le entraba en la cara, Felipe se calzó su mano nueva, movió la muñeca hacia abajo, los hilos de nailon se tensaron y el puño se cerró. Cuando la volvió a abrir, lo primero que hizo... fue rascarse la cabeza.

Después entró en un raid frenético. Agarró una pelotita de tenis y una cebolla. Se subió al kayak y a la bici. Tomó la caña de pescar, atajó unos pelotazos de su viejo. En YouTube, un video con 11.781 reproducciones muestra su increíble expresión de extrañeza, fascinación y sorpresa. 



Felipe habló con los periodistas que viajaron a entrevistarlo (con el consabido pianito de cortina) y apareció en la tele agarrando un vaso, un mate, un remo. O acariciando a su perro blanco. Dijo que la mano le cambió la vida. Y remató la secuencia formando un corazón con los dedos -cinco humanos y cinco plásticos- que no habría estado de más en alguna escena de Inteligencia artificial. Después viajó Gino para hacer algunos ajustes y dejarle un par de dedos de repuesto. Son de colores y Felipe se divierte cambiándolos. No usa la mano todo el tiempo; acostumbrado a una vida anterior, a veces se la olvida. "A medida que Feli vaya creciendo y tenga otras necesidades de tamaño, podremos reimprimir partes. Las prótesis usuales, además de ser carísimas, en algún momento quedan chicas", recuerda Rodrigo. Esta mano costó apenas $2.000.

Del otro lado de la línea, Felipe cuenta que ya usa la zurda para mandar mensajitos: "Estoy haciendo muchas más cosas de las que imaginaba". Ahora va por la sintonía fina: adaptarse más, agarrar mejor. "Esto es una puerta que se abre para muchísima gente", dice Ivana. Un poco superado por el aluvión mediático, Rodrigo se queja de que algunos medios dijeron que trasplantaron una mano o que salvaron a un niño. "Mejoramos su calidad de vida, pero esto es algo que se puede hacer, es una tecnología que viene".Con la idea de socializarla, ya está visitando escuelas para contarles a los chicos cómo funciona. Quiere reproducir la experiencia sin fines de lucro pero con apoyo externo, y para eso habilitó un espacio en su web.

Después de reunirse con él, Jorge Capitanich, el jefe de Gabinete del gobierno nacional, posteó en Facebook el link al formulario: ya llegaron 250 consultas. Si consiguen el patrocinador, los permisos estatales y un pacto de no agresión con las organizaciones del gremio, confían en tener quinientas prótesis en tres meses para atender a todo el país. Es una cifra realista: casi todos los días, alguien como Felipe se acerca a Palermo para pedir lo que le falta, lo que perdió, lo que nunca tuvo.


Lo que viene

Es difícil detenerse a pensar. "La tecnología está yendo tan rápido -se sorprende Rodrigo- que pronto se va a imprimir cualquier objeto sobre demanda. De acá a cuatro o cinco modelos, es muy probable que el iPhone venga con un escáner 3D. Entonces voy a poder meterme en el vestidor de un negocio, escanear un zapato e imprimirlo en casa, con el tamaño y las modificaciones que quiera. Está empezando a haber acciones legales sobre personas que comparten archivos de objetos con copyright, como pasó con el MP3 cuando se digitalizó la música".

Un anarquista y una pistola

No es ficción, se está imprimiendo ahora: la empresa china Winsun tiene una máquina de 150 metros que puede fabricar diez casas en un día, con una "tinta" de escombros y desechos industriales. En el hospital militar Xijing, los cirujanos reemplazaron -en tres pacientes con cáncer- un omóplato, una clavícula y una pelvis por prótesis de titanio impresas en 3D, una técnica que se usa en la Argentina para cirugías maxilares o de columna. La californiana Organovo vende una impresora que reproduce tejidos humanos y ya hizo "minihígados" para saber cómo responden a enfermedades y fármacos.

Hasta acá, todo es hermoso: sería más sencillo si la cuestión se redujera a asuntos legales, médicos o industriales. Pero la impresión 3D está generando dilemas éticos, políticos... 
y policiales

En 2012 Cody Wilson tenía 24 años y algunas ideas extremas. El muchacho de Little Rock, presidente de su clase y ex estudiante de Derecho, empezó a activar por la web el inquietante Wiki Weapon Project, un crowdfunding para diseñar y liberar los archivos de una pistola imprimible en 3D. Cuando se enteró de sus planes, Stratasys lo amenazó con acciones legales y lo obligó a devolver el equipo que le había alquilado. En septiembre de 2012 se la confiscó. Tozudo, Cody fue hasta la Agencia de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos para consultar por los siguientes pasos. Lo interrogaron, pero seis meses después consiguió un permiso para fabricar armas.

En mayo de 2013. Cody no solo había cumplido con sus planes, sino que disparó su invento. Lo bautizó Liberator, como el arma que Estados Unidos proyectó para los focos de resistencia en la Segunda Guerra Mundial. Había usado una Stratasys Dimension comprada en eBay. La bala era calibre 38. En las pruebas anteriores la pistola había explotado.

Cody subió los planos a su web, Defense Distributed.A los dos días la bajó el Departamento de Estado, pero era tarde: ya se habían descargado 100.000 veces en todo el mundo. Un fiscal prohibió el arma y el gobierno de Estados Unidos actualizó sus leyes aclarando que era ilegal fabricar, vender, comprar o tener pistolas impresas en 3D. Gran Bretaña hizo lo mismo. Pero la vida -la muerte- ya se había abierto camino. Sus fans lo declararon campeón de la Segunda Enmienda, esa que para buena parte de los estadounidenses pesa más que la palabra de Dios: "Siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a poseer y portar armas no será infringido".

Las maniobras estatales, igual o más que el apoyo de los armamentistas, terminaron contribuyendo.

Desarrolladores, ingenieros y curiosos de peligrosidad diversa se sumaron a la causa de Wilson, que con los meses se transformó en person of interest. El corto Happiness is a 3-D Printed Gun no lo muestra como un loquito traumatizado por el bullying, sino como un muchacho bien vestido que sabe poner una idea delante de otra. También consiguió un contrato de US$250.000 para un libro sobre las comunidades de anarquistas, tecnólogos y liberales digitales que conoció en el camino. Cual frutilla del postre, Wired lo listó 14 entre las personas más peligrosas del mundo.



Cuando The Guardian le planteó [en inglés]qué pasaría si a un chico le disparaban con la Liberator, dio una respuesta rara y cínica, perspicaz y desafiante: "Ojalá reaccione de forma humanitaria. Y ojalá me afecte. ¿Pero debería pedir disculpas?". El centro de su argumento es que las personas abusarán de sus libertades, y que por eso mismo merecen protección. Wilson, un "cripto-anarquista" seguidor de Pierre-Joseph Proudhon (para quien la propiedad era un delito) fantasea con la Liberator como un mecanismo para la redistribución del poder. Afirma el compromiso de "producir, publicar y distribuir, en forma colaborativa y sin cargo, información y conocimientos relativos a la manufactura digital de armas", con la idea de "radicalizar a los nativos digitales" y "subvertir la arquitectura física y digital de la opresión".Su fantasía es demostrar cómo la tecnología puede hacer que los ciudadanos rodeen las leyes y creen un espacio soberano, hasta volver irrelevantes a los gobiernos.


Preparen y apunten

Cuando escuchó la historia de Cody, a Rodrigo se le movilizó algo. Había un emprendedor, un desafío y un producto bien ruidoso. El hágalo usted mismo llevado a sus últimas consecuencias. Solo quedaba conectar los puntos. Abrió The Pirate Bay (hoy Chupala Capif) y se bajó el torrent con los planos. Entonces imprimió.

BRANDO:¿Qué querés demostrar?

RODRIGO: No apoyo la visión prohibicionista del desarrollo. Prohibir las cosas -prostitución, drogas o armas- nunca evitó que sucedieran. El ser humano encuentra el camino para seguir adelante.



Yo quiero mostrar el ying y el yang de la tecnología. La impresión 3D es como cualquier técnica de fabricación. Lo que hay que hacer es educar y hablar de la necesidad de armas en la sociedad, si es positivo o negativo. Es interesante saber que un arma de impresión 3D tiene un costo de $50 y que puede pasar inadvertida en cualquier control de metales.

La Liberator tiene 16 partes, de las cuales solo una -el clavo percutor- es metálica. Dos espirales mueven una pieza en forma de acordeón, el resorte del gatillo, que cuando se libera empuja el percutor hacia adelante. El golpe, en el centro de la bala, inicia el proceso ignífugo de la pólvora interna y se genera el disparo.

Rodrigo muestra la de la vitrina, un calibre indefinido entre el .22 y el .32. Amarilla, de plástico duro y cortes rectos, como si estuviera hecha de bloques de Rasti. Gino trae una bolsita con piezas planas y livianas azules -aros, resortes-, que también podrían pertenecer a una caja de Playmobil.

Pero no. Entre el gatillo y el caño hay un rectángulo vacío, una exigencia que le hicieron a Wilson, para colocar un bloque de acero que suene en los detectores. La próxima que haga Rodrigo, igual a la Liberator, le llevará cinco horas de trabajo.

BRANDO: ¿Vas a hacer un disparo de prueba?

RODRIGO: Me gustaría, como un modo de investigar. Tipo Cazadores de mitos (el programa del Discovery), probarla en el medio del campo. Debería disparar. El archivo es igual, pero el plástico (ABS) y la máquina (de Kikai), no.

BRANDO: ¿Qué te gustaría que sucediera?

RODRIGO: Que la gente pueda ver de qué se trata, más allá de la noticia. Es como cuando sale una canción nueva y querés bajarla. Siendo un fanático de la tecnología, quiero saber cómo funciona, cómo se resolvió técnicamente, cómo se mete la bala.

Hágalo usted mismo 

En este punto, Rodrigo tiene un razonamiento plano: si se puede, se hace. Si sucede, conviene. Tratar de detenerlo no solo es anacrónico, también es inútil.

BRANDO: ¿Qué pasa si todos podemos imprimir un arma de acá a cinco años? 

RODRIGO: La legislación lo condena, pero no lo evita. Con cinco mangos podés agarrar un caño galvanizado, ponerle una bala, meterle un martillazo y disparar. Si querés un arma, la conseguís. Sería una ridiculez que me metieran preso: con la impresión 3D podés imprimir una pistola, pero también una prótesis.

BRANDO: ¿Como imaginás el control de esto? ¿Sería deseable?

RODRIGO: No tengo una definición clara, porque parto del principio de que no se puede evitar. Si Wilson no subía ese archivo, lo hubiese hecho otra persona. Si encontraran la manera de eliminarlo de la web, se compartiría con un pen drive. Los de la industria del cine y la música no han podido evitar las películas online ni los MP3. Es una batalla perdida.

BRANDO: ¿Usarías la pistola para defensa personal?

RODRIGO: La verdad que no. Es peligroso y no sé nada de armas. Si alguna vez quisiera una, compraría de marca, con permiso y probado funcionamiento. No fabricaría en serie ni la vendería, pero tampoco puedo evitar que alguien venga y se imprima una. No superviso ni audito lo que se fabrica en mi laboratorio.

Rodrigo pide ayuda. De una reunión paralela, a dos metros viene Alejandro Repetto, un ingeniero informático alto y espigado que desarrolla softwares en el Ejército y es parte de la Fundación Pensar, la usina de ideas de Mauricio Macri. Rodrigo le plantea: "Un nene, con cero esfuerzo y cero conocimiento, podría fabricar un arma. Algo para debatir hay".

Alejandro recuerda que no es tan fácil comprar una bala de plomo: hace falta un permiso. "¿Pero qué pasa si alguien imprime un arma y le mete un tiro a Cristina?", insiste Rodrigo. "Cuando yo entré a Casa de Gobierno, pasé por un detector de rayos X. Podría haber pasado el fierro y la bala no sonaba".

Alejandro, que viene de Houston, aclara que en ese aeropuerto ya instalaron un escáner 3D que mide lo que sobresale del cuerpo, una solución en la que también avanzó el Servicio Nacional de Inteligencia Balística británico. Legislar le resulta ridículo: las prácticas siempre ganan. Recuerda cómo, cuando llegó Internet al país, "lo primero que hacías era bajarte la Guía del Terrorista, que te enseñaba a hacer bombas caseras".

"Yo no soy Colt", reconoce Rodrigo. Cuando dispare su Liberator, deberá confiar en que bajó el archivo correcto, usó una impresora adecuada, no se equivocó con el plástico ni con el cartucho. Entonces la cosa debería andar.

RODRIGO: Pero también te podés comer un cahetazo. Hacer "¡bum!" y que te vuele la cabeza.

Para minimizar ese riesgo, Alejandro reconoce que la Liberator debería tener, como las tradicionales, estrías en la parte interior del caño: así, la bala sale girando sobre su propio eje, como en un pase de rugby, manteniendo la dirección del tiro. No es un detalle: para que una pistola cuadre como pistola, la Ley de Armas habla del "ánima rayada", esa traza que además funciona como su huella digital.

En el RENAR explican que cualquiera que fabrique un arma está obligado a registrarla: "Si no, es ilegal como una tumbera".


La poshistoria

Al final de nuestra primera charla, Rodrigo habló de las proyecciones que le están volando la cabeza.

La traducción en tiempo real, los taxis no tripulados de Google, el reemplazo de trabajadores manuales por robots. Entonces se despidió confesando su fantasía distópica, una guerra civil entre los que tienen el conocimiento y los que se quedaron fuera del sistema. Ahora dice: 

RODRIGO: Cuando se democratiza, el avance tecnológico permite el acceso de cada vez más personas a las mismas herramientas. Con tecnología niveladora, empiezan a valer más el conocimiento, las patentes y los inventos que la máquina. Vale el archivo, no importa dónde se fabrica. Importa si te lo mando o no, si te lo cobro o no, si es abierto o cerrado. Lo que diferencia a una persona de otra, a un país de otro, es qué pueden hacer con la máquina, no la máquina en sí.

Una mano salvadora, una pistola y una reflexión aguda. Con todas sus contradicciones, Rodrigo está hablando de la sociedad posindustrial: era de la información, creatividad como materia prima. Atomización, trabajo en casa y fábricas en crisis.

"Cuando era chico, mis abuelos hablaban de sus objetos de acuerdo con el origen: el paraguas de Italia, el mate de Misiones", recuerda Juan Pablo Ringelheim, docente de Ciencias Sociales en la Universidad de Buenos Aires. Los objetos tenían -todavía tienen- una historia: había manos obreras, procesos distributivos, una distancia que se debía salvar. "Si las impresoras 3D se masifican y cada uno empieza a fabricar lo suyo, se suprime el recorrido previo", explica.

Lo que el filósofo Peter Sloterdijk llama poshistoria: un presente continuo de etapas invisibles, donde los objetos aparecen de la galera de un mago. No deja de ser un problema político -¿cómo intervenir entonces sobre precios y salarios?- y filosófico: la pregunta más básica -¿de dónde vienen las cosas?- nos lleva a la incertidumbre. Una sociedad de impulsos que no controla y preguntas que no puede cerrar.

Mientras tanto, en una esquina de Palermo susurra un elefante que remite a un pasado preindustrial. Simple, incómodo y artesanal. El pariente viejo y lejano de lo que algún día será rápido y liviano, como todo lo que integramos a nuestra vida. Un animal que encierra claves de lo que fuimos y de lo que podemos ser. Los dueños del circo lo miran con desconfianza.

Enlace:
https://www.youtube.com/watch?v=g5fhBBipU3w

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