Muertos que se creen vivos

Mendoza, 18 de Agosto de 2013
Diario UNO Mendoza

En este mundo hay de todo, y en el otro también. Hay algunos que dicen estar en este pero parecen ser parte de aquel, y viceversa. Confundidos, que les dicen.


Hay distintas categorías de muertos. Algunos son y otros se hacen. Están los que viven como si fueran finados y también los que mueren, redondamente. También hay distintos tipos de muerte.

“Estoy muerto” puede significar que el tipo no tiene un peso, que está muy cansado, que lo descubrieron en un renuncio, que no tiene un solo naipe como la gente o que la noche anterior se agarró una curda
de novela.

“Me mató” puede significar que una morocha lo dejó sin aliento, que se emocionó con la última película, que el jefe le exigió que trabajara horas extras esa tarde o que el mismo jefe no le pagó el sueldo como
debía.

“Son unos muertos” seguramente hará referencia al equipo de fútbol contrario; “me tiene muerto” será la confesión del enamorado; “¡lo mato!” ejemplificará la malasangre que ocasiona tener un hijo en plena adolescencia.

Al Muerto Barrientos lo llamaban así por su palidez; a su tocayo Sosa por su delgadez; al Muerto Martínez, por su escaso apego al trabajo, y al Finado Beltrán por su nula habilidad futbolística. Tan inútil era el tipo que no servía ni para lineman.

Hace unas semanas se conoció el caso del difunto Graham. El tipo es un inglés que asegura estar muerto, pese a que parece bastante sano, a ojos vista.

Al muchacho este los médicos le diagnosticaron una enfermedad mental rarísima que, según dicen, se llama Síndrome de Cotard. En el barrio dicen que padece el mal del “cadáver caminante”.

Los médicos que lo atienden, que suelen encontrarle explicación a todo, aseguran que esta enfermedad hace que el que la padece se crea muerto o que está en el paso intermedio de zombi.

La información, que fue repiqueteada por los medios del mundo, sostuvo que el muerto Graham sufría de depresión profunda y un día se quiso suicidar metiendo “un electrodoméstico
encendido en la bañera” mientras el mismísimo Graham se pegaba una enjuagada.

Pero resultó que el británico este tiene tan poca habilidad que el suicidio le falló y sólo se le chamuscó un poco el pelo. Pero lo que le falta de seso le sobra de porfiado a este hombre. Después de ese baño termal, Graham le dijo a la revista New Scientist que su cuerpo había sobrevivido pero que su cerebro “está muerto”, y agregó: “Perdí el sentido del olfato y del gusto. No tenía sentido comer porque estaba muerto. Era una pérdida de tiempo hablar, ya que nunca tenía nada que decir”. Incluso intentó mudarse al cementerio, pero los sepultureros lo sacaron de raje.

El caso de Graham no es tan raro. Es bastante común escuchar en algún asado los relatos de muertos que se creen vivos, de vivos que aseguran estar muertos y de tipos a los que dan por difuntos antes de tiempo.

Hace pocas semanas el Chino Gomes recibió el llamado de una compungida tía puntana. “Ay, Luisito, no sabés la alegría que me da escucharte! Resulta que hoy se me dio por mirar los avisos fúnebres del diario y… ¡aparecés ahí!”. La buena señora lloró un rato largo, mientras el Chino le aseguraba que estaba sano y que no tenía previsto morirse por ahora. Pero la pobre tía siguió llorando, hasta que se quedó sin crédito en el celular. El Chino se fue a buscar el diario urgente, imaginando que se trataba de la broma de algún amigote suyo.

Pero resultó ser que la tía había hecho asociación libre y que su sobrino sólo tenía en común con el muerto real el apellido y los nombres de los respectivos padres.

Hay otro caso mucho más enigmático y que, pese a que ocurrió hace ya unos cuantos años, todavía se comenta seguido en la zona Este.

Resulta ser que cierto día un potentado vecino de la región tuvo la ocurrencia de morirse. A nadie sorprendió su fallecimiento, ya que era un hombre anciano y que ya estaba medio enclenque. Pero, según cuentan, el cuerpo del difunto no quería quedarse quieto en el cajón. El finado tenía la mala ocurrencia de sentarse cada tanto, con los ojos abiertos y estirando los brazos.

Un médico fue convocado de urgencia al sepelio. Allí el galeno confirmó que el muerto no tenía pulso, como corresponde, y tampoco respiraba. Aún más: el cuerpo estaba perfectamente frío y tieso.
Allí surgieron mil opiniones y varias estrategias para calmar al finado. Después de algunas deliberaciones los presentes concluyeron que el muerto había firmado un pacto con Belcebú y que este convenio

no lo dejaría descansar en paz. Algunos salieron corriendo a buscar un cura, otros comenzaron a tratar de encontrar una cruz de plata para colocarla sobre el pecho del cadáver y otros simplemente escaparon del velorio jurando no regresar. Lo llamativo de la historia es que nadie puede dar testimonio de cómo concluyó ni si realmente terminó.

Lo que nadie puede cuestionar es que el cementerio de gente que alguna vez se creyó invulnerable. Allí descansan todos: los geniales y los mediocres, los bellos y los horribles, los odiados y los queridos. Todos, tarde o temprano, terminan en el camposanto. Otros son convertidos en cenizas y esparcidos por allí, en un canal o junto a una vid.

Todos moriremos, pero cada uno a su tiempo. Ni antes ni después. Lo interesante es ver qué hacemos mientras tanto.

Enlace:
http://www.diariouno.com.ar/afondo/Muertos-que-se-creen-vivos-20130624-0010.html

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