06 de Diciembre de 2012
Diario UNO Mendoza
La costumbre de honrar a los muertos es característica del género humano. Ninguna otra especie lo tiene. El ritual dominguero cuenta con muchas curiosidades.
Hay que comenzar la vuelta en sentido contrario al giro de las agujas
del reloj. Así están dispuestos los muertos, según el orden de
antigüedad. Los más viejos están apenas se ingresa al cementerio, a la
derecha; los más nuevos a la izquierda, pero bien al fondo, donde están
las tumbas y los nichos más nuevos. Es que el cementerio sigue
creciendo. La gente sigue teniendo esa costumbre de morirse y termina
casi siempre allí.
El domingo es un buen día para visitar a los muertos. Y mejor aún si
es de mañana. Está fresco todavía y el lugar está recién regado. El tipo
camina hasta los sitios donde están los difuntos que le corresponden.
Están en el mismo lugar que la última vez. Las mudanzas no son algo que
suelan practicar últimamente.
Hay montones de curiosidades en lugares como este, en el cementerio
de Palmira. En las esquinas del fondo del camposanto hay dos especies de
depósitos provisorios, sin puertas y con unos cuatro estantes hechos de
hormigón. En el depósito del oeste no hay nada, pero en el otro hay
tres féretros, acompañados por coronas y ramos. Están esperando espacio.
Mejor dicho, están esperando que los empleados les acondicionen
convenientemente los lugares que ocuparán de ahora en más. Esos sitios
fueron elegidos por sus familiares. Los sepultureros deberán cavar los
dos metros de profundidad que dispone el reglamento en un terreno más
bien duro. Si no, tendrán que ver si quedan nichos disponibles o si hay
que construir nuevos.
Es que, por lo general, la muerte llega en unos segundos, pero
preparar convenientemente el lugar para el descanso final lleva mucho
más tiempo.
En los pasillos se ven cosas muy interesantes. Por ejemplo: una viuda
le ha hecho a su marido una placa de bronce muy llamativa. “Las cosas
que te gustaban”, hizo inscribir y después hizo dibujar una caña de
pescar, un caballo con montura, un conejo y una escopeta. Parece que el
muerto solía dejarla sola los fines de semana y prefería la caza y la
pesca antes que la rutina del hogar. Está bien. Debe haber sido feliz y
su viuda también.
Hay muchas parejas que han tenido la precaución de pedir que las
sepultaran juntas al momento de sus decesos. Así, una sola plancha de
granito o mármol une dos nichos horizontal o verticalmente y allí están
los nombres y los rostros de la feliz pareja.
Otra curiosidad es que la gran mayoría elige poner en la foto del
nicho o en la de la tumba una imagen posiblemente sacada del documento
de identidad. Las imágenes de los rostros de los muertos suelen ser de
tres cuarto perfil derecho, serios y con gestos adustos. Pareciera que
todos sabían en el momento de la toma dónde terminaría esa imagen: en la
tapa de su tumba, acompañando un epitafio. Hay muy pocos a los que se
los ve sonriendo o en una actitud menos rígida. Una señora fue
fotografiada mientras tomaba mate y miraba casi de reojo al fotógrafo.
Quizás sea la imagen más natural, viva y humana que hay en este
camposanto.
Por este motivo, el escriba aconseja, de ahora en más, no adoptar
actitudes acartonadas en ninguna de las próximas tomas fotográficas que
el lector deba afrontar. La peor de todas, la más amarga, será elegida
indefectiblemente por sus deudos para adornar su nicho. Mejor reírse.
Mostrar todos los dientes, por más que queden pocos. Guiñar un ojo por
más que la foto sea para el registro de conducir. No hay que darles el
gusto a los que esperan impacientes una cara de sufrimiento. Que
revuelvan infructuosamente cajas y cajones con recuerdos, con recortes y
fotos amarillas. “Acá no hay ¡No podemos poner esta foto de su papá
sacando la lengua!”, que diga su nuera. Y que no le quede más remedio.
Que sea esa foto burlesca la que tengan que poner en el marquito de
metal. “Tus hijos y nietos te recuerdan con cariño”, que diga el texto
al lado de esa cara.
En el cementerio de Palmira apenas hay varios pinos en el pasillo
central. Después no hay nada más. Entonces muchos dolientes les hacen
algún reparo a las tumbas de sus muertos para protegerlas del sol. Como
para buscar frescura. Como para que nadie diga: “Pobrecito, además de
muerto lo han dejado a pleno sol”.
En el cementerio de Rivadavia le han dado históricamente mucha
importancia a los árboles. Allí todo el equipo de empleados municipales,
además de mantener la limpieza y atender las obligaciones propias del
oficio de sepulturero, pone especial dedicación en regar todo el predio
con mucho cuidado y esto ha permitido que el cementerio parezca metido
dentro de un bosque. La tristeza y el silencio angustiante es el mismo
en cualquier lugar, pero, al menos, caminar por allí es algo más
agradable.
Es sabido que la población mundial crece sin parar. Pero los muertos
aumentan mucho más. Nadie jamás ha sacado esa imposible cuenta para
saber cuántos cadáveres se han reciclado en este planeta. Seguramente,
si no se cumpliera el ciclo de desintegración, ya no quedaría más lugar
para nadie.
El domingo es un buen día para visitar a los muertos. Ellos no tienen
otra cosa que hacer y los vivos tampoco, especialmente, aquellos que
han tomado definitiva conciencia de que ese alojamiento está cada vez
más próximo.
Enlace;
http://www.diariouno.com.ar/mendoza/Un-paseo-tenebroso-20121203-0044.html
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