Rivadavia, 12 de Abril de 2013
Diario UNO Mendoza
Cada historia tiene una pizca de verdad y un montón de fantasía. Además, ¿quién se anima a levantar la mano para asegurar que no sean ciertas?
Todo pueblo tiene sus propias leyendas y mitos. Una o varias. El
departamento mendocino de Rivadavia no es la excepción. Algunos de ellas
se escuchan sólo allí pero otras, con algunas variaciones, también se
las puede oír en otras zonas de la provincia y también en diferentes
regiones del país.
Hay mitos que han ido perdiendo su fuerza y sólo se recuerdan en
algún asado. Pero otros se mantienen vigentes, y todavía hay quienes
cuentan alguna experiencia propia y cercana en el tiempo.
Rivadavia tiene la fortuna de que varios de ellos ya no se olvidarán,
pues el profesor Gustavo Capone, en su libro Rivadavia, las historias
de su Historia, se ha tomado el trabajo de dedicarles algunas páginas.
Entre esas leyendas propias está la de Diógenes Recuerdo, quien se
transformó en el Ánima Parada después de su muerte, y tiene todavía
algunos fieles que le piden favores y le hacen promesas. Una de estas
crónicas ya lo tuvo como protagonista.
Pero hay otras igual de interesantes aunque no tengan la capacidad (ni el objetivo) de hacer milagros y cumplir pedidos.
Capone rescata entre esos mitos el conocido como “El diablito”.
Según cuentan en la zona, hace ya muchos años un bebé fue enterrado
vivo cerca de la calle El Molino. Por algún motivo que no sobrevivió a
los años, el pequeño fue considerado un ser maldito.
Cruelmente, para
evitar que su poder terminara destruyendo la comunidad, se lo condenó a
muerte y debido a que nadie se animó a cometer el infanticidio, el bebé
fue enterrado vivo a la vera de esa calle. Dicen que a partir de ese
momento y todavía hoy, hay noches en las que se escucha su llanto.
Un atardecer, hace ya mucho tiempo, un hombre de la zona lo escuchó
cuando regresaba de su trabajo en la viña. Miró hacia el lugar desde
donde provenía el sonido y fue a tratar de encontrar a la criatura que
lo producía. Cuanto más caminaba el llanto más se alejaba. El hombre,
casi sin darse cuenta y siguiendo ese lamento como si fuera un canto de
sirenas, terminó alejado de las casas y metido en medio de un campo
inculto. En ese momento, según contó después, comenzaron a aparecérsele
algunas sombras espectrales. “Eran las figuras de personas y animales”,
recordó, conmocionado.
Por suerte para él, poco después se cruzó con un tomero que andaba
recorriendo los canales. Éste lo rescató de la ensoñación y le aconsejó
que regresara por donde había venido. “Ese llanto es el del mismo
diablo”, le dijo.
El llanto siguió desvelando a los habitantes por años, hasta que se
transformó en un sonido frecuente y común. Todavía hoy dicen que se
escucha, especialmente en algún atardecer sereno. Incluso algunos
aseguran que hay noches en que el espíritu golpea las puertas y ventanas
de algunas casas. “No hay que abrirle. Más vale esperar a que se vaya
solo”, dicen.
En el libro del profesor Capone también se rescata el mito al que
llaman “La bruja”. En realidad no muchos, la han visto pero dicen que
aquel que fue el primero en divisarla sufrió un efecto que todavía le
dura.
La versión dice que esto ocurrió en la calle California del distrito
de La Libertad, hace ya una punta de años. El protagonista del episodio
fue un niño que regresaba esa tarde de un cumpleaños. El culillo venía
caminando distraído por el callejón cuando sintió un escalofrío que le
recorrió la espalda y giró para ver detrás de sí. Entonces divisó una
figura espectral que parecía ser una bruja.
El chico corrió y corrió desesperadamente. Su abuela se cruzó con él y
logró detenerlo. Después de calmarlo un poco el niño le contó la
visión. La mujer se dio cuenta de lo aterrado que estaba y que hasta se
había orinado.
Esa fue la última noche que el chico habló fluidamente. Después
enmudeció. Lo llevaron al médico para ver si su silencio respondía a
alguna razón física, pero el galeno no encontró defectos y diagnosticó
que la mudez se debía al trauma emocional.
En la zona dicen que este niño, ya hombre, todavía vive y que sigue sin articular palabra.
Otros aseguran haber sentido esta maléfica presencia pero, antes de detenerse a mirar, decidieron escapar despavoridos.
En Rivadavia también hablan del “Alma Blanca”.
Dicen que esto sucedió hace más de un siglo, en el patio de una casa de la calle La Libertad.
El profesor Gustavo Capone dejó constancia del relato de los
lugareños, quienes afirman que en esa casa vivía una mujer y en ese
patio crecía un eucaliptus. Cierto día la mujer avistó en una rama del
árbol un nido repleto de pequeños huevos. Esperó largo rato para ver qué
pareja de aves eran las que habían decidido empollar allí, pero ninguna
apareció.
Entonces resolvió treparse al árbol a buscar el nido con la intención de tratar, de alguna forma, de incubar los huevos.
Trepó hasta estirar su brazo y rozar el nido con la punta de los
dedos. En ese momento el pie en donde apoyaba todo su peso resbaló de la
rama y la mujer cayó. Tan mala fortuna tuvo que se desnucó y murió en
el acto.
Desde ese momento, especialmente las tardes soleadas de abril, su
alma llora a los pies del eucaliptus. Los habitantes de la zona dicen
que su presencia no genera miedo. Al contrario, la invocan cuando
presienten algún peligro y le piden que los proteja.
Hay otros mitos que se mantienen vivos en la zona. Algunos son
adaptaciones de otros similares que circulan por otras regiones, como
por ejemplo aquel que en Rivadavia llaman “el Cara de Perro” y que no es
otro que “el Hombre de la Bolsa”.
La versión rivadaviense dice que hace muchos años existió en la zona
un hombre al que apodaban el “Cara de Perro” por sus facciones toscas y
que algunos veían parecidas a las de un can. Siempre cargaba una bolsa
en donde juntaba cosas inútiles. Vivía en una covacha, a orillas del río
Tunuyán y dicen que comía carne cruda. La gente, especialmente los
niños, huían de él, ya que le temían por su aspecto y su mal olor. Los
padres aprovechaban esto para lograr que los niños revoltosos se
aplacaran y les decían que el Cara de Perro se los llevaría en su bolsa
si no se portaban bien.
Otros padres de otras latitudes han usado la presencia de algún
ciruja para atribuirle tan cruel costumbre y darle mayor sustento a sus
amenazas. Quien escribe conoció al viejo Richard, un desengañado de la
vida que se había refugiado en una choza y que vivía de la bondad de
algunos vecinos.
Algunos quisieron asustar a los niños con él, pero Richard resultó
ser demasiado simpático y charlatán, y los pibes terminaban buscando su
compañía y trataban de hacerlo reír, de que lanzara su entrecortada
carcajada sin dientes.
Cara de Perro ha muerto hace mucho. El viejo Richard también. Ahora
son parte del folclore de la zona donde vivieron, donde todavía abundan
los mitos y las creencias.
Después de todo, la vida es más humana con ellos.
Enlace;
http://www.diariouno.com.ar/afondo/Esos-inquietos-espectros-que-todavia-rondan-por-Rivadavia-20130401-0016.html
No hay comentarios.:
Publicar un comentario