Mendoza, 21 de Abril de 2013
Diario UNO Mendoza
Hoy, en Crónicas Insólitas, José de los Santos Guayama. Pocas figuras cuyanas son tan atrapantes como la de este hombre nacido en las Lagunas de Guanacache. Integró las huestes del Chacho Peñaloza y de Felipe Varela, y fue bandido rural.
Macanean. Todos los departamentos de prensa de los gobiernos del
mundo macanean, algunos más y otros menos. Agrandan y adornan los logros
y minimizan los fracasos. Es así. No lo hacen por capricho, sino por
orden de quienes gobiernan. Y esto no es un fenómeno de estos tiempos.
Es de siempre. Un buen ejemplo de esto es el caso del mítico José de los
Santos Guayama, quien fue lugarteniente del Chacho Peñaloza y Felipe
Varela, y uno de los líderes de la “rebelión lagunera”.
El gaucho les dio varios dolores de cabeza a los gobiernos del 1800,
tanto que en distintos comunicados oficiales lo mataron… ¡nueve veces!
Sólo la última muerte fue cierta, cuando fue fusilado en un cuartel de
San Juan en 1879. Antes, lo habían perseguido durante años y uno de los
que más se empeñó en atraparlo fue el gobernador de Mendoza Arístides
Villanueva.
Para disgusto del orden establecido, el asesinato de Guayama sólo
sirvió para alimentar el mito y que se le comenzaran a atribuir
apariciones y milagros. Todavía dicen que su espíritu aparece cada tanto
y que algunos favores y milagros que se le adjudican a San Roque en
realidad le pertenecen al gaucho rebelde.
Uno envidia y compite con el que tiene al lado. Por eso, hay un
triángulo de inquina entre mendocinos, sanjuaninos y puntanos. Pese a
esto, los cuyanos comparten todo, hasta la rivalidad entre sí y hay una
región que, por más que no quieran, los une indudablemente: las Lagunas
de Guanacache. Por añadidura, también los hermana la figura de Santos
Guayama.
Esta crónica no tiene otra aspiración que despertar la curiosidad y
que aquellos que la sientan acudan luego a textos mucho más eruditos y
profundos para saciarla.
No está muy claro cuándo nació, pero la mayoría se ha puesto de
acuerdo en que fue en 1830, en el distrito sanjuanino de Las Lagunas, en
la misma zona de Guanacache. Allí –según cuenta en su blog el profesor
Daniel Alberto Chiarenza– su padre, Gregorio Guayama, se había asentado
en 1826 y adquirió una finca a la que bautizó Cruz de Jume. Ahí se crió y
creció José de los Santos, “hasta convertirse en un hombre astuto,
alto, de buena contextura física, de cabello renegrido, buen cantor y
mejor guitarrero”, dice Chiarenza. Además, adquirió una gran destreza
con el facón y se transformó en un excelente jinete.
Estas cualidades marcaron su destino, que todavía siendo joven lo
hicieron conocer y trabar amistad con Ángel Vicente Chacho Peñaloza,
convertirse en su lugarteniente y acompañarlo hasta el 12 de noviembre
de 1863, cuando el caudillo riojano fue asesinado en Los Llanos.
Luego pasó a formar parte de las filas de Felipe Varela, con el que llegó al grado de teniente coronel.
Pero su fama y su posterior veneración se deben a lo que hizo
después, cuando se transformó en bandido rural, quitándoles a quienes
más tenían para repartir entre los necesitados.
En 1860, lideró la “rebelión lagunera”, cuando las Lagunas de
Guanacache se comenzaron a secar por las tomas hechas aguas arriba.
La rebeldía y la valentía de Guayama no tenían límites, por lo que
terminó transformándose en el sucesor de Peñaloza y Varela. El 7 de
agosto de 1868 intentó, sin éxito, capturar la capital riojana y sin
amedrentarse, volvió a la carga el 19 de ese mismo mes. Esta vez logró
controlar la ciudad y apoderarse de 200 fusiles y poco después también
entró victorioso a Chilecito.
Esos eran días de transición en el gobierno nacional. Bartolomé Mitre
se estaba yendo y Domingo Faustino Sarmiento tomaba el mando. En una de
sus primeras medidas el “padre del aula” le puso precio a la cabeza de
Guayama y para la misma época el gobierno riojano ordenó “atacar y
destruir” la fuerza montonera comandada por el cuyano.
Pero José de los Santos Guayama, por cuyas venas corría sangre
huarpe, conocía su territorio como nadie y gozaba de la simpatía de
muchos habitantes de la zona, que le brindaban refugio o lo alertaban
cuando su vida estaba en peligro. Así, pudo seguir luchando contra el
poder dominante durante once años más. El cura gaucho José Gabriel
Brochero intentó interceder por él para que se le diera el “perdón
oficial”. Guayama, que supo atravesar por una crisis de fe religiosa,
llegó a encontrase con Brochero, pero las gestiones del sacerdote no
prosperaron.
Mientras tanto, el gobierno central y los de las provincias cuyanas
informaron ocho veces que lo habían capturado y fusilado, pero Guayama
reaparecía al poco tiempo, con la misma vitalidad de siempre.
Arístides Villanueva, mientras gobernó Mendoza entre 1870 y 1873, dedicó
mucha de su energía a tratar de capturarlo, teniendo en cuenta que el
rebelde se refugiaba frecuentemente en el piedemonte mendocino. Sin
embargo, nunca logró dar con él.
Recién en 1979 Guayama fue sorprendido en plena capital de San Juan,
mientras caminaba por la ciudad. Sin juicio ni prolegómenos fue fusilado
por un pelotón y esta vez sí murió, a los 39 años, aunque su aspecto
para ese entonces era el de un hombre mucho mayor.
Murió, pero no tanto. A partir de ese momento, su figura creció y se
hizo leyenda y mito. Hay quienes lo adoran todavía hoy: le prenden velas
y le piden favores en las numerosas ermitas que hay en Cuyo,
especialmente en la región donde limitan las tres provincias cuyanas.
Allí, en las Lagunas de Guanacache.
Enlace.
http://www.diariouno.com.ar/mendoza/El-caudillo-que-murio-9-veces-20130408-0029.html
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