01 de Noviembre de 2012
Diario mdzol.com
Tus supersticiones (o falta de ellas) tienen efectos en tu realidad cotidiana
Nuestros pensamientos son la base de nuestras acciones y nuestras
acciones los bloques con los que construimos nuestra realidad cotidiana,
por lo cual, después de todo, ser o no supersticioso influye
directamente en el mundo que vivimos diariamente.
Por naturaleza, por estructura, el cerebro humano tiende a la búsqueda
del orden y el sentido, una inclinación siempre en conflicto con el
azar, el accidente y la aleatoriedad que son consustanciales al mundo.
Por supervivencia elemental, nuestra mente forma patrones que otorgan
una base estable a partir de la cual elaborar los razonamientos y
juicios que nos permitan ser y estar en el mundo.
De ahí que,
entre muchos otros fenómenos, la civilización haya gestado las llamadas
creencias supersticiosas, en las cuales se aúnan el ritual —una acción
que al repetirse genera un sentido— y la certeza mental de conseguir un
efecto conocido por esperado. Una ley de casualidad basada en una
premisa falsa que, sin embargo, creemos lógica o real.
Con estas
mínimas acciones pretendemos seducir a la suerte, la Fortuna que entre
los antiguos era una divinidad caprichosa, “la puta del rebelde” para
Shakespeare (“a rebel’s whore”, Macbeth I, ii) que, en su veleidosa
voluntad, lo mismo puede tenernos en la cúspide que en los suelos más
abyectos (Dante, Infierno, VII, 62 y ss.).
Y si bien durante
cierta época fue común denostar el pensamiento supersticioso, en el
fondo, paradójicamente, es bastante racional o por lo menos netamente
humano, acaso inseparable de las habilidades propias de nuestro cerebro
de primates avanzados, además de que aporta beneficios tangibles en
nuestra vida cotidiana.
De entrada la ilusión de control que nos
da la superstición reduce el posible estrés en el que vivimos, una
fantasía que se ramifica diversos ámbitos del comportamiento. Por la
superstición se puede incrementar la confianza en uno mismo, como si se
ingiriera un placebo de autosuficiencia que mejora el rendimiento
laboral y personal.
Y no se trata de palabras huecas (a pesar de
que si las pensamos un poco parecen coherentes): en un estudio reseñado
por Robert Biswas-Diener en su libro The Courage Quotient: How Science
Can Make You Braver, personas que creían en supersticiones de buena
suerte —y que, por lo mismo, llevaron un amuleto al lugar donde se llevó
a cabo la prueba— fueron capaces de resolver rompecabezas y recordar
mejor las imágenes de 36 tarjetas diferentes en comparación con quienes
se mantenían escépticos ante estas ideas. Sorprendentemente, un lucky
charm fue capaz de mejorar sus habilidades cognitivas.
Asimismo
existen ciertos rasgos de personalidad que, asociados a la “buena
suerte”, tienen un efecto directo sobre el devenir cotidiano. Es más o
menos común que quienes creen en esta estén también abiertos a maximizar
su suerte por medio de la búsqueda de nuevas oportunidades y ámbitos de
acción, a mantenerse atentos al llamado de la fortuna (creer en su
intuición y sus presentimientos: la manera en que nuestro cerebro, según
Jonah Lehrer, nos da a conocer la información que posee pero que no es
accesible conscientemente), a esperar sistemáticamente el advenimiento
de la buena fortuna (una forma también inconsciente de buscarla, de
construir para nosotros mismos y a veces sin darnos cuenta situaciones
afortunadas) y, finalmente, a convertir la mala suerte en buena.
En
este sentido, Richard Wiseman, psicólogo de la Universidad de
Hertfordshire y asiduo colaborador de diversos diarios ingleses como
The Telegraph, The Guardian y The Observer, condujo una investigación
psicológica en la que encontró que las personas que sistemáticamente se
consideran poco afortunadas, por lo regular son creaturas rutinarias,
obsesionadas con la consecución de resultados fijos para sus acciones;
caso contrario a aquellas que, se diría, tienen siempre buena suerte,
que al parecer se mantienen más abiertas a la novedad y el cambio.
¿Qué
nos muestran estos ejemplos e investigaciones? Al menos una premisa que
podría sonar obvia pero no por ello menos trascendente: que la
superstición es, en esencia, un fenómeno mental.
¿Pero no son los pensamientos, después de muchos trasvases, el sustento de nuestras acciones?
Fuente: pijamasurf.com
Enlace:
http://www.mdzol.com/mdz/nota/430393-eres-persona-de-buena-o-mala-suerte-tus-supersticiones-o-falta-de-ellas-tienen-efectos-en-tu-realidad-cotidiana/

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