Bomberos Voluntarios de Salto de las Rosas: el amargo aroma de la injusticia, huele a gas

Mendoza, 07 de Julio de 2015
unavozdecseca.blogspot.com

Podría haberse quedado en su casa, cuidando que no le robaran la garrafa; sobre todo en estos tiempos, en que conseguir el precioso artefacto en Salto de las Rosas, equivale casi a la proeza de hallar un tesoro enterrado.


Podría haberse quedado; pero no. El comandante Pablo Franciulli tenía algo más importante que hacer, aquel aciago miércoles 1° de julio: la extinción de un incendio en la Ruta Provincial 160, que afectaba la línea del proyectado gasoducto a San Luis.

El alerta le había llegado, como es habitual, por fuera del protocolo del sistema de emergencias: el CEO-911, como ha señalado repetidas veces este periódico, se niega obstinadamente a cumplir con su responsabilidad. De ese modo, el Cuartel se enteró del siniestro a través de un llamado efectuado desde la Comisaría 42a. de Cañada Seca.

Como es habitual también, Franciulli hizo caso omiso del acostumbrado “ninguneo” oficial, y concurrió a la cita; más preocupado en cumplir con su misión, que en las pequeñas miserias de burócratas y funcionarios.

Una vez extinguido el incendio, comprobó que el fuego había quemado una caja de comandos del gasoducto, razón por la cual dio el aviso a la empresa Ecogas, y al CEO-911. Pero el destino le iba a deparar una desagradable sorpresa.

La operadora del CEO-911 respondió a su llamado con un altanero: “no puede ser, el único incendio que tenemos registrado está localizado en Real del Padre”.

El comandante, haciendo gala de una paciencia ejercitada durante siete largos años de “ninguneo” oficial, pidió hablar con el supervisor. Tuvo que insistir para vencer la inercia burocrática de la operadora, hasta que finalmente le atendió una mujer, la cual —de muy mala gana y en un tono seco y cortante—, insistió con terquedad en que el siniestro del gasoducto no podía existir, debido a que no figuraba en los registros del CEO-911.

No obstante este desaire, una sorpresa más ingrata aún le esperaba al comandante al regresar a su casa, y comprobar que le habían robado la garrafa, mientras él extinguía el incendio del gasoducto.

Hacían ya dos noches que sus perros ladraban por la madrugada, pero no les había hecho caso. Al comprobar el faltante del artefacto, su mirada se orientó hacia el cerco lindante con el vecino, cubierto por las grateas que había plantado, y que alcanzaban casi los tres metros de altura.

Y en ese avistaje comprobó, con amargura, que alguien había cortado las grateas; de tal modo que, desde la finca vecina, se podía ver con toda comodidad el patio de su casa, donde estaba instalada la garrafa.

Acto seguido Franciulli encaró a su vecino, para amonestarlo por el corte de las grateas y la desaparición del artefacto; pero éste reaccionó de muy mala manera, y se produjo un fuerte altercado entre ambos. Al día siguiente, una comisión policial de la Comisaría 42a. se presentó en el domicilio del comandante, con una orden de allanamiento emitida por la 1a. Fiscalía en lo Correccional, a cargo del doctor Mauricio Romano. La causa, que lleva el N° 515/15, está caratulada como “Averiguación Amenazas”.

El vecino, cuyo comportamiento deja un serio margen de duda sobre la honorabilidad de su proceder,  había presentado una denuncia ante el Poder Judicial.

Una Voz de Cañada Seca estuvo presente durante el allanamiento, que fue efectuado con toda corrección por el personal policial, a las órdenes del subcomisario Gustavo Manquepi.

Al retirarse los policías, este cronista quedó a solas con Franciulli. Pero algo parecía haberse quebrado en el interior de aquel hombre íntegro; acaso, la fe que lo mueve a cumplir con su misión de Voluntario, en la cual arriega la vida por sus vecinos, pero recibiendo por toda recompensa, la más grosera ingratitud.

Sí: un cambio se había producido en el Comandante. Había decidido no volver a “sacarle las papas del fuego” al CEO-911, no volver a padecer su constante maltrato. Y esto se evidenció en presencia de este cronista, cuando en la terminal VHF que tiene en su casa, recibió un llamado del Cuartel, solicitando autorización para proceder ante un incendio, cuyo alerta había sido dado —nuevamente— por el personal de la Comisaría 42a.; el mismo que, unos instantes antes, había cumplido la orden de allanar su domicilio.

Negativo —contestó el Comandante. — Responda que sólo vamos a actuar respetando el protocolo de Emergencias; tiene que ser el CEO-911 quien nos llame de manera directa.

Instantes después llegó un nuevo llamado del Cuartel, informando que la 42a. insistía en pedir la ayuda de los Bomberos Voluntarios.

Negativo —volvió a contestar Franciulli. —Que nos llame el CEO.

Luego de unos momentos, sonó el celular privado del Comandante; el llamado provenía de un “Número Desconocido”, como pudo observar el cronista de Una Voz de Cañada Seca. La persona que llamó, insistió en requerir el concurso de los Voluntarios para el siniestro que se había declarado; a lo cual Franciulli respondió secamente, “usted debe cumplir los protocolos de Emergencia. Le ruego que llame al celular del Cuartel, 0260-469-0009”.

La voz inquirió con quién estaba hablando, a lo cual le respondió: “Con el Comandante del Cuerpo de Bomberos Voluntarios, Pablo Franciulli. Ahora, tenga a bien llamar al Cuartel”.

Eran las 15.04, cuando volvió a sonar el VHF desde el Cuartel: “Comandante, acaban de llamar del CEO-911, solicitando ayuda para actuar en el siniestro”. Cinco minutos después, Franciulli subía con su uniforme a la autobomba, que lo pasaba a buscar por su casa, para salir raudamente hacia Calle Castro y Callejón Barruti; donde se procedieron a extinguir dos focos de incendio, que afectaban a las fincas de las familias López y Giménez.

Al salir, este cronista preguntábase qué clase de fuego sagrado inspiraba el accionar de hombres como Franciulli, y como los integrantes del Cuerpo de Bomberos Voluntarios, quienes batallan diariamente contra los incendios, devoradores de vidas y bienes; pero que deben batallar también, contra la grosera ingratitud humana, devoradora de sueños y de energía vital.

Un acre hedor llegó a su olfato, mientras desandaba el camino hacia la Redacción de este periódico; el amargo aroma de la injusticia, que en Salto de las Rosas, huele a gas.

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